viernes, 29 de julio de 2011

LA FALSA POBREZA DE SIMÓN BOLÍVAR.

Amigos invisibles. En la lectura apasionada y reflexiones consiguientes que realizo sobre la obra inédita del americano Aarón D. Truman, en realidad que encuentro cosas apenas fuera de su sitio y que dan a pensar sobre el retintín dicho mil veces para que se haga cierta le mentira,  en referencia a que el libertador Bolívar para el momento de su muerte en Santa Marta de Colombia era pobre de solemnidad, al extremo que por no tener una camisa para vestir el cadáver hubo de prestar esa prenda, o mejor, obsequiar otra igual, lo que donara el casado con su sobrina Felicia y allí presente, general José Laurencio Silva. Nada más fuera de la verdad que esta falacia distorsionante, apoyada por el moribundo previo al momento de su muerte, como tantas otras se han acuñado sobre este general de carne y hueso, que oportunamente daré a conocer para su estudio, en futuros temas a publicar en nuestrog blog, con el perdón de quienes por una u otra razón no comulguen con lo cierto.
            Lo primero que debemos anotar al respecto es que Don Simón Bolívar Palacios fue rico desde la cuna y a través de hasta la quinta generación ascendente, cuando su chozno abuelo que le llamaron “El Mozo” por matrimonios contratados hizo dinero colonial, y a poco aparece el tatarabuelo granadino Francisco Marín de Narváez, el de las famosas minas de cobre de Cocorote, que es nuevo rico de postín, como otro abuelo del caraqueño es don Pedro Ponte y Jaspe de Montenegro, gallego de garra y muchos negocios como bien lo escribe Salvador de Madariaga, que a la postre compra magistrados y gobernadores con dinero corrupto para convertirse en uno de los más pudientes señores de su tiempo. De seguidas tenemos en este recuento de propiedades y dinero al primer abuelo de Simón, Juan de Bolívar y Martínez de Villegas, propietario de grandes haciendas en el centro del país, que por su valor funda en la puerta del llano occidental a la Villa de San Luís de Cura y del inicio que da valor aceptado del carácter de Villa, que de por sí es un honor, y quien ya alborotado por la riqueza y el prestigio aspira a un  título nobiliario, nada menos que de Marqués de San Luis, por el que paga buena suma de doblones al monasterio catalán de Monserrat, y previa la dispensa real otorgaba a tan importante distinción, lo que por cierto se quedó en veremos, pues el peticionario indiano, como se decía entonces, falleció antes de obtener ese marquesado.
            Pero como la familia continuaba disfrutando de buena riqueza, aparece ahora el padre de Simón, o sea Juan Vicente Bolívar y Ponte, quien era tan rico dentro del medio en que vivía, que se daba el lujo de mantener amantes a montón, con los gastos consiguientes, al extremo que para limar habladurías escandalosas al respecto le abrió un  juicio el obispo caraqueño Díez Madroñero, que como era de esperar terminó a su favor, porque el señor prelado en su dictamen no encontró delito y menos pecado algunos, pues fueron esas mujeres (23 en la cuenta del juicio) las que lo incitaron y ellas eran las culpables de lo acontecido. En cuanto a la riqueza de don Juan Vicente fuera de la heredada era muy meticuloso y usurero en los negocios  y para mejor redondearla se introdujo en el ramo fiscal de la administración pública de la Gobernación de Venezuela, con las coimas y ganancias soterradas sobretodo en el puerto de La Guaira, con testaferros para mejor disimulo, porque tenía cuatro casas comerciales a nombre de otros en Caracas y La Guaira y eso era de baja categoría y condición vil para un  señor de su prestancia. Fuera de ello tuvo grandes propiedades rurales en Carabobo, Guárico, Aragua y Barlovento, con alta producción de café, añil, cacao, papelón, aguardiente, cueros y ganadería diversa como de esclavos serviles, que conformaban así la segunda fortuna de Venezuela, luego de la del Marqués del Toro.
            A la muerte de este señor feudal toca a su esposa cuidar de ese gran capital mantenido en dinero en efectivo, casas, solares, hatos, haciendas, semovientes y cantidad de otros bienes que constan en los respectivos inventarios, que es cuando ya está algo crecido nuestro Don Simón tanto como para enterarse de este enorme patrimonio, que por encima de las ganas que a él le tienen la vivaracha hermana Maria Antonia y la no menos despierta otra hermana de nombre Juana Nepomucena, por aquello de la minusvalía femenina legal de la época ninguna de las dos pudo ponerle las manos a tal riqueza, que debía ser manejada por varones de la familia, que a la postre tocará en suerte conducir aunque con desinterés de juventud, al propio mozo Simón, y así pronto llega a concentrar hasta ocho herencias, o sea la cuantiosa paterna, la del abuelo paterno, la materna, la que le obsequia por testamento el rico sacerdote tío y padrino Juan Félix Jerez de Aristeguieta, la de las dos hermanas mencionadas, la suya propia y la que corresponde a su fraterno mayor Juan Vicente, cuando muere ahogado por las islas Bahamas y deja unos hijos en desamparo económico, que él cuidará para el resto de su existencia.
            Aunque el joven Don Simón siempre fue dadivoso  y no lo volvía loco el asunto del dinero, sí consumía los haberes en su poder aunque atenido a reglas de precaución y respeto de cuotas partes de esa mancomunidad de bienes, como lo apreciamos pronto en la solicitud urgente de fresco capital cuando en Madrid se enamora con pasión de María Teresa, su futura esposa, y pide a través de Cádiz le envíen desde Caracas muchas fanegas de cacao para atender el tren de vida de señorito rico que lleva en Madrid y sus gastos privados que lo acompañan. Otro ejemplo de este rodar insatisfecho de su fortuna es la vida posterior que se da, ya siendo viudo, entre mujeres de París, alguna “madama” poco cariñosa de Londres, y una tal Marina que lo saca de quicio en Milán, según el poeta y novelista Manzoni, vida esplendorosa y cara que llevará por el resto de su existencia entre otras mujeres de buen vivir, los regalos que hacía y otras exquisiteces materiales salidas de sus manos dadivosas. Pero lo que se cuenta poco en este andar de la munificencia a través de los viajes y gobiernos que realiza, es lo referido a tantos ingresos por cuenta de los Estados bajo su mando y los obsequios principescos y hasta reales que se le entregaron en vida, como los casos de innúmeras coronas de oro y piedras preciosas, sables y espadas de oro con brillantes, los caballos y aderezos en oro que los cubrían, los gastos especiales en colonias o perfumes a lo que era diario adicto como en el caso del Perú, la ropa y todo el ajuar que portaba en sus viajes, con mayor calidad que los del propio virrey peruano Laserna, y el dinero y joyas que le regalaban a su paso por ciudades, como el caso del millón de pesos en Lima, que al fin cobraron sus familiares. Este tipo de vida y de ingresos, repito, que en parte obsequiara posteriormente y que a veces los dieron pensando en calidad de anticipo a sus gestiones oficiales, pues giraba sobre sueldos adeudados, sí fueron ejecutados casi hasta el momento de su muerte, como el caso que amerita esta crónica,  cual  es probar la no pobreza de Bolívar, como se ha querido hacer creer para tenerle hasta lástima, y por ese concepto tan mal traído y llevado, ahora sí voy  entrar en la materia correspondiente al título del blog  que usted revisa, para su entero esclarecimiento.
            Leyendo, pues, en los  originales del académico Truman se conoce que los erarios públicos estaban a su disposición, con la ligereza del manirroto o agradecido, y que “desde 1819 tuvo una renta que, pagada o no, llegó hasta los 50.000 pesos,  en calidad de Presidente de la República, mas 25.000 adicionales como General en Jefe, y el Congreso de Colombia  el 4 de enero de 1830 le fijó una pensión vitalicia de 3.000 pesos, que el 9 de mayo siguiente le aumentó a 30.000 pesos anuales,  mientras se ordena cancelarle el retroactivo de la pensión decretada por el Congreso de Colombia y por gratitud nacional, en 1823, lo que monta a 210.000 pesos”, que se le entrega a su partida de Bogotá hacia la costa  de Santa Marta, como sabemos. Fuera de ello, en carta de 1825 el caraqueño expresa  que había guardado “en Guayaquil lo sueldos que me corresponden hasta que me hicieron dictador”, como “de algunas mesadas que tomó del gobierno del Perú, y que en el Banco de Londres  tenía depositados lo arriendos mineros de Aroa a la “Bolívar Mining Association”, o sea “12.000 pesos por año”. Además, como continuamos sabiendo, para el último viaje a la costa colombiana en Bogotá vendió alhajas y otras propiedades menores que le reportaron un efectivo de 17.000 pesos, contando además con la libranza a favor de 8.000 pesos contra la Tesorería Departamental de Cartagena, al  mando de Juan de Dios Amador, ordenada por el gobierno desde Bogotá. A este capital que señalamos  debemos agregar el dinero que Bolívar trajo de Guayaquil por pagos entonces recibidos, sumándose la pensión vitalicia que le otorgó el gobierno peruano.
            Para completar esta exposición  y a riesgo de que aparezcan otras cuentas a su alcance, para el momento del fallecimiento del Libertador como propietario de las minas de Aroa  que entonces al cambio de la época valían más de 40.000 libras esterlinas, alta suma que calculada en el tiempo del escritor colombiano Cornelio Hispano (1882-1962), eran como tres millones de dólares, debiendo agregar que Don Simón guardaba aún 947 onzas de oro, e infinidad de objetos de oro macizo como cajas, vajillas, cubertería, 16 baúles llenos de ropa fina, y numerosas espadas de oro, de la que solo la limeña tiene incrustados 1.380 diamantes, 37 medallas de oro, plata y diamantes en joyas diferentes, según los inventarios respectivos, en las que solo las ocho piezas llenas de brillantes se evaluaron en 8.000 pesos, o sea una fortuna para entonces.
            Creo así bien dejado en claro lo de la “pobreza” de Bolívar, que sus mitómanos han dicho no tenía ni una camisa dispuesta para el momento de su muerte. Las mentiras no se pueden guardar todo el tiempo sobre la realidad de este mantuano caraqueño que nació de fina cuna y murió desolado pero bien rico. Es bueno que el pueblo conozca lo objetivo de este caso, fuera de nuevos engaños y falsías de la memoria histórica encumbradas contra la pura realidad que pretenden mentes ofuscadas sin  poder reescribir el pasado a base de cuentos y fantasías aplicando la vieja y manida táctica de Goebbels.

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